Medicina
árabe
En el siglo VII, una extensa parte de Oriente
fue conquistada por los árabes. En Persia, los árabes aprendieron medicina
griega en la escuela de los nestorianos cristianos, miembros de una secta del
Imperio bizantino en el exilio. Estas escuelas habían guardado muchos textos
perdidos en la destrucción de la biblioteca de Alejandría. Las traducciones del
griego contribuyeron al desarrollo del resurgimiento científico y de un sistema
de medicina propio pero basado en el pensamiento griego y romano que se
extendió por todo el mundo árabe. Eran conocidos como arabistas. Entre los
médicos arabistas más celebres hay que citar: Al-Razi, famoso médico y
escritor, el primero en identificar la viruela, en el año 910, y el sarampión,
y que sugirió que la sangre era la causa de las enfermedades infecciosas; Isaac
Judeaus, el autor del primer libro dedicado por completo a la nutrición, y
Avicena, cuyo famoso Canon de la medicina permaneció como el compendio oficial
de las doctrinas de Hipócrates, Aristóteles y Galeno. Los arabistas del siglo
XII fueron Avenzoar, primero en describir el parásito causante de la sarna y de
los primeros en cuestionarse la autoridad de Galeno; Averroes, el más insigne
comentarista de Aristóteles; el discípulo de Averroes, Maimónides, cuyos
trabajos sobre nutrición, higiene y toxicología fueron muy leídos; y
Al-Qarashi, también conocido por Ibn al-Nafis, que escribió comentarios sobre
la obra de Hipócrates, así como tratados sobre dietética y enfermedades
oculares, y fue el primero en describir la circulación pulmonar de la sangre,
desde el ventrículo derecho hacia la aurícula izquierda a través de los
pulmones. Véase Aparato circulatorio.
Los arabistas consiguieron
elevar mucho los valores profesionales insistiendo en examinar a los médicos
antes de la licenciatura. Introdujeron numerosas sustancias terapéuticas
químicas, fueron excelentes en los campos de la oftalmología y la higiene
pública y superaron en competencia a los médicos de la Europa medieval.
Medicina
europea
Europa sufrió en los
comienzos del medievo una completa desorganización de la fraternidad médica
laica. Para cubrir la necesidad imperiosa de asistencia médica apareció una
forma de medicina eclesiástica; surgida desde las enfermerías monásticas, se
extendió con rapidez por distintas instituciones de caridad destinadas al
cuidado de los muchos enfermos de lepra y de otras enfermedades. La obra de los
benedictinos fue muy prolífica en la recopilación y el estudio de textos
médicos antiguos en su biblioteca de Montecassino, Italia: san Benito de
Nursia, fundador de la orden, obligó a sus miembros al estudio de las ciencias,
y en especial de la medicina. Un abad de Montecassino, Bertaharius, fue un
médico famoso.
Bajo la dirección del
teólogo franco Rabanus Maurus, Fulda se convirtió en un famoso centro de
aprendizaje médico en Alemania. En el siglo IX, como resultado de los esfuerzos
del emperador Carlomagno, la medicina se incluyó en el currículo de las
escuelas catedralicias. Contrastando con ello el eclesiástico francés san
Bernardo de Claraval prohibió a los monjes cistercienses el estudio de libros
médicos y el uso de cualquier remedio que no fuera la oración.
Durante los siglos IX y X el
balneario de Salerno, situado cerca de Montecassino, fue cada vez más
reconocido como centro de actividad médica. A principios del siglo XI, Salerno
se convirtió en la primera facultad de medicina occidental. La enseñanza fue,
al principio, práctica y secular y se centraba en la nutrición y en la higiene
personal. El médico italiano y traductor Constantino el Africano, que se
convirtió en monje benedictino y se retiró a la abadía de Montecassino, tradujo
al latín textos árabes y de muchos médicos griegos clásicos destinados a los
estudiantes de Salerno y Montecassino. En el siglo XII, la formación médica era
teórica y escolástica en su mayor parte y se expandió hasta llegar a la
Facultad de Medicina de Montpellier y más tarde a las universidades de París,
Oxford y Bolonia.
A fines del siglo XII, el
resurgimiento de la medicina laica y las restricciones a las actividades fuera
del monasterio trajeron el declive de la medicina monástica, pero ésta ya había
realizado una función inestimable guardando las tradiciones de las enseñanzas
médicas. En el siglo XIII, se autorizó y apoyó la disección de cadáveres
humanos y se dictaron estrictas medidas para el control de la higiene pública,
pese a lo cual la medicina escolástica permaneció como expresión lógica del
antiguo dogma. Científicos representativos de este periodo son el escolástico
alemán san Alberto Magno, que se dedicó a la investigación biológica, y el
filósofo
inglés Roger Bacon, que
realizó investigaciones en óptica y refracción y fue el primero en sugerir que
la medicina debería basarse en remedios procedentes de la química. El propio
Bacon, que ha sido considerado un pensador original y pionero de la ciencia
experimental, estaba impregnado por la autoridad de los escritores griegos y
árabes.
A pesar de los prejuicios
populares, prosiguieron los estudios anatómicos. El estatus social del cirujano
se consideraba inferior al del médico. Sin embargo, el cirujano Hugh de Lucca
realizó impresionantes avances, denunció algunas de las enseñanzas de Galeno y
practicó tratamientos eficaces en luxaciones, fracturas y heridas. Estudió la
sublimación (vaporización) del arsénico y se le acredita la fundación de una
escuela de cirugía en Bolonia en 1204. Guillermo de Saliceto y su discípulo
Lanfrachi fueron pioneros en anatomía quirúrgica, y se ha reconocido a
Lanfranchi como el primero que distinguió la hipertrofia del cáncer de mama.
Hubo dos figuras destacadas en la cirugía francesa de este periodo: Henri de
Mondeville, cirujano del rey de Francia, que abogaba por el tratamiento
aséptico de las heridas y el uso de suturas, y Guy de Chauliac, conocido como
el padre de la cirugía francesa, cuyos escritos insistían en la importancia de
la disección anatómica en la formación del cirujano y a quien se atribuye el
haber sido el primero en reconocer la peste que apareció en Europa en 1348.
También se cree que hizo la primera descripción de la hernia femoral (1361) y
que inventó varios instrumentos quirúrgicos. El estudio de la medicina se
benefició en gran medida del trabajo del eclesiástico y arzobispo Raimundo,
quien en 1140, fundó en Toledo, España, un instituto para la traducción al
latín entre otros, de los manuscritos médicos árabes, incluyendo los trabajos
de Al-Razi y Avicena.
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